Esta vez no se ha podido visitar la Alhambra por motivos meteorólogicos, una pena aunque ya se visitará.
En el viaje de tren de vuelta (que por cierto nunca paguéis por llevar a un conejo, intentad esconderlo porque el precio es de 9,60 €) se han sentado en un tramo del trayecto una panda de tres canis y uno de ellos iba muy entusiasmado contando sus peripecias al volante.
Narraba cosas como: «Era de noche e iba yo por la autovía y un menda dándome largas así que apreté muchísimo, me paré en una gasolinera, apagué las luces y en cuanto pasó encendí las luces y me pegué a él muchísimo y dándole largas y antinieblas. Se echó a la derecha a pararse y me paré también y le tuve que meter un par de hostias, la mujer llorando y le dije venga vete ya de aquí si no quieres cobrar más».
También vacilaba de cuántos coches ha probado, de cuál ha sido su velocidad máxima (210 km/h), de cuantos amigos ha dejado en la cuneta por picarse con él apurando en las curvas y demás peripecias dignas de un retrasado mental. Aunque lo mejor fue su frase final: «A mí porque no me gusta vacilar que sino me compro un seiscientos, ¿sabes lo que te digo?»